El texto, tomado de Aciprensa, ¡muchas gracias! Encuentro con los representantes de otras religiones: Discurso del Santo Padre
Sala capitular de
Viernes 18 de julio de 2008
Queridos amigos:
Dirijo un cordial saludo de paz y amistad a todos los que estáis aquí en representación de las diversas tradiciones religiosas presentes en Australia. Me alegra tener este encuentro y doy las gracias al Rabino Jeremy Lawrence y al Mohamadu Saleem por las palabras de bienvenida que me han dirigido, en su nombre y en nombre de vuestras respectivas comunidades.
Australia es famosa por la amabilidad de sus habitantes con el prójimo y el turista. Es una nación que tiene en gran consideración la libertad religiosa. Vuestro País reconoce que el respeto de este derecho fundamental da a los hombres y mujeres la posibilidad de adorar a Dios según su conciencia, de educar el espíritu y de actuar según las convicciones éticas que se derivan de su credo.
La armoniosa correlación entre religión y vida pública es especialmente importante en una época en la que algunos han llegado a pensar que la religión es causa de división en vez de una fuerza de unidad. En un mundo amenazado por siniestras e indiscriminadas formas de violencia, la voz concorde de quienes tienen un espíritu religioso impulsa a las naciones y comunidades a solucionar los conflictos con instrumentos pacíficos en el pleno respeto de la dignidad humana.
Una de las múltiples modalidades en que la religión se pone al servicio de la humanidad consiste en ofrecer una visión de la persona humana que subraya nuestra aspiración innata a vivir con magnanimidad, entablando vínculos de amistad con nuestro prójimo. Las relaciones humanas, en su íntima esencia, no se pueden definir en términos de poder, dominio e interés personal. Por el contrario, reflejan y perfeccionan la inclinación natural del hombre a vivir en comunión y armonía con los otros.
El sentido religioso arraigado en el corazón del ser humano abre a hombres y mujeres hacia Dios y los lleva a descubrir que la realización personal no consiste en la satisfacción egoísta de deseos efímeros. Nos guía más bien salir al encuentro de las necesidades de los otros y a buscar caminos concretos para contribuir al bien común. Las religiones desempeñan un papel particular a este respeto, en cuanto enseñan a la gente que el auténtico servicio exige sacrificio y autodisciplina, que se han de cultivar a su vez mediante la abnegación, la templanza y el uso moderado de los bienes naturales. Así, se orienta a hombres y mujeres a considerar el entorno como algo maravilloso, digno de ser admirado y respetado más que algo útil y simplemente para consumir. Un deber que se impone a quien tiene espíritu religioso es demostrar que es posible encontrar alegría en una vida simple y modesta, compartiendo con generosidad lo que se tiene de más con quien está necesitado.
Amigos, estos valores –estoy seguro que estaréis de acuerdo– son particularmente importantes para una adecuada formación de los jóvenes, que frecuentemente están tentados de considerar la vida misma como un producto de consumo. Sin embargo, también ellos tienen capacidad de autocontrol. De hecho, en el deporte, en las artes creativas o en los estudios, están dispuestos a aceptar de buena gana estos compromisos como un reto. ¿Acaso no es cierto que, cuando se les presentan altos ideales, muchos jóvenes se sienten atraídos por el ascetismo y la práctica de la virtud moral, tanto por respeto de sí mismos como por atención hacia los demás? Disfrutan con la contemplación del don de la creación, y se sienten fascinados por el misterio de lo trascendente. En esta perspectiva, tanto las escuelas confesionales como las estatales podrían hacer más para desarrollar la dimensión espiritual de todo joven. En Australia, como en otros lugares, la religión ha sido un factor que ha motivado la fundación de muchas instituciones educativas, y por buenas razones sigue teniendo hoy un puesto en los programas escolares. El tema de la educación aparece con frecuencia en las deliberaciones de
Las religiones del mundo dirigen constantemente su atención a la maravilla de la existencia humana. ¿Quién puede dejar de asombrarse ante la fuerza de la mente que averigua los secretos de la naturaleza mediante los descubrimientos de la ciencia? ¿Quién no se impresiona ante la posibilidad de trazar una visión del futuro? ¿Quién no se sorprende ante la fuerza del espíritu humano, que establece objetivos e indaga los medios para lograrlos? Hombres y mujeres no solamente están dotados de la capacidad de imaginar cómo podrían ser mejores las cosas, sino también de emplear sus energías para hacerlas mejores. Somos conscientes de lo peculiar de nuestra relación con el reino de la naturaleza. Por tanto, si creemos que no estamos sometidos a las leyes del universo material del mismo modo que el resto de la creación, ¿no deberíamos hacer también de la bondad, la compasión, la libertad, la solidaridad y el respeto a cada persona un elemento esencial de nuestra visión de un futuro más humano?
La religión, además, al recordarnos la limitación y la debilidad del hombre, nos impulsa también a no poner nuestras esperanzas últimas en este mundo que pasa. El hombre «es igual que un soplo; sus días una sombra que pasa» (Sal 143, 4). Todos nosotros hemos experimentado la desilusión por no haber logrado cumplir aquel bien que nos propusimos realizar y la dificultad de tomar la decisión justa en situaciones complejas.
Queridos amigos, he venido a Australia como embajador de paz. Por eso me alegra encontrarme con vosotros que también compartís este anhelo y el deseo de ayudar al mundo a conseguir la paz. Nuestra búsqueda de la paz procede estrechamente unida a la búsqueda del sentido, pues descubriendo la verdad es como encontramos el camino hacia la paz (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2006). Nuestro esfuerzo para llegar a la reconciliación entre los pueblos brota y se dirige hacia esa verdad que da una meta a la vida. La religión ofrece la paz, pero –lo que es más importante aún– suscita en el espíritu humano la sed de la verdad y el hambre de la virtud. Que podamos animar a todos, especialmente a los jóvenes, a contemplar con admiración la belleza de la vida, a buscar su último sentido y a comprometerse en realizar su sublime potencial.
Con estos sentimientos de respeto y aliento os confío a la providencia de Dios omnipotente, y os aseguro mi oración por vosotros y por vuestros seres queridos, por los miembros de vuestras comunidades y por todos los habitantes de Australia.
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