domingo, 20 de junio de 2010

Abusos sexuales: romper el pacto del silencio


Vamos a cambiar un poco de tema. Jorge, mi querido amigo -y también, como lector de este blog, amigo de todos Uds.- me envía un link, con una explicación que copio:

"El autor de este artículo, originalmente publicado en Revista Mensaje, es una de las víctimas denunciantes en el Caso Karadima. Es asimismo co-fundador de Fundación La Confianza, actualmente en proceso de constitución, y cuyo objeto es la prevención del abuso sexual. El sitio web de la misma fue lanzado ayer".

Ayer = 16 de junio 2010. En otras palabras, es también una víctima de abusos sexuales por parte de un sacerdote.

Su autor es el filósofo chileno José Andrés Murillo. Pueden leer el texto completo en esta dirección: El abuso: crimen atroz, pecado grave

Recomiendo encarecidamente su lectura a todos, especialmente a algunos amigos, que deberían iluminar y no lo hacen... siempre; ver: El gran relativismo de la "blogósfera católica" española

Estoy totalmente de acuerdo con lo que José Andrés escribe, pocas veces he leído un artículo con el que me identifique tanto.

Cito algunos párrafos (pero léanlo entero):

Encubrir la realidad para defender la institución es un error en todos los planos, un error que puede constituir un crimen tan grave como el abuso mismo, puesto que acepta y legitima lo inaceptable. Pero además, es una grave injusticia con aquellos que han sido abusados, pues se les impide reconocerse como víctimas. A los victimarios tampoco se les permite asumir su responsabilidad y abrirse a la sanción, la reparación y al perdón. A la comunidad se la deja mucho más vulnerable ante posibles abusos; no se le permite defenderse, estar atenta ni prevenir. De este modo, muchos –en una actitud bastante comprensible– comienzan ya a perder su fe en la Iglesia e incluso en Dios. Por este motivo, alegar que se trata de una conspiración, en vez de enfrentar el tema con valentía y honestidad, sólo debilitará más la confianza. Siempre habrá algunos que encuentren en esta crisis la confirmación de sus miedos y profecías. Otros la vemos como signo de esperanza y posibilidad de madurez, de hacernos cargo responsablemente de lo que somos para, así, crear las condiciones para la prevención, la justicia, la reconciliación. Lo único indudable es que ya nadie puede ni debe quedar indiferente ante la realidad denunciada.

Y más adelante:

El abuso sexual infantil es inaceptable. El problema es que cuando consideramos que algo es inaceptable, muchas veces negamos su existencia. Pero hay que saber que la negación de una realidad no significa la eliminación, sino solo su ocultamiento, y en el caso del abuso sexual es justamente del ocultamiento de donde este crimen obtiene su mayor fuerza y gravedad. En efecto, “el secreto, como se sabe, es la piedra angular del abuso sexual”.

Para enfrentar una realidad, hay que mirarla tal cual ella es. Ni ocultarla ni maquillarla ni transformarla en algo distinto. El abuso es inaceptable y es un deber indignarnos ante este crimen cometido por miembros de la Iglesia. No basta con decir que ella está hecha de hombres y, de ese modo, justificar sus pecados. La fragilidad de esta institución, que según la Constitución Apostólica Gaudium et Spes únicamente puede ser divina porque es humana, no justifica la debilidad, sino que nos obliga a estar más vigilantes, a ser aún más responsables.

En primer lugar, debemos reconocer que en estos crímenes no hay sólo dos partes involucradas, sino tres. No se trata nada más que del abusador y su víctima, sino también de todos los que están (estamos) cerca, que saben, que sospechan o deberían saber, que se hacen los sordos u ocultan la realidad. Es que, como comunidad humana, estamos esencialmente implicados en lo que le ocurre a cada miembro de ella. Más aún siendo la Iglesia cuerpo místico: es el cuerpo completo el que está comprometido cuando una parte sufre o produce sufrimiento; es el cuerpo completo el quien tiene que hacerse cargo. Somos responsables de nuestra comunidad, es decir, respondemos de ella.

Y después:
Además del delito que puede constituir, el abuso sexual por parte de sacerdotes es entonces una traición grave a la confianza de los hombres en Dios y en la institución eclesial.

Luego:

Abuso sexual, en general, es el acto por el que se utiliza a otra persona para obtener algún tipo de placer, forzándolo a través de la fuerza física o de la autoridad moral o espiritual que tiene sobre él. Es una acción en la que se niega la sacralidad de la persona, su misterio y su autonomía.

Y más allá:

El abuso sexual realizado por el sacerdote puede asumir la falaz significación de una traición de Dios al hombre. Eso lo vuelve un acto que ralla en lo imperdonable. Se traiciona al hombre en nombre de Dios: se utiliza a Dios para ganarse la confianza de los hombres (no sólo de los niños y de los jóvenes, sino de aquellos que podrían protegerlos) y así satisfacer su propio placer.

Habla, el autor, del pacto del silencio, lo que llamamos en Alemania, la espiral del silencio:

La Iglesia no puede paralizarse ante el escándalo. Debe actuar. El reconocimiento de la falta, la sanción y la reparación son imprescindibles para abrirse a la posibilidad del perdón y así caminar en paz. Pero hay que tener claro que el perdón es una relación, se pide, se ofrece, no se impone ni se obtiene mágica ni unilateralmente. Requiere reconocimiento, puesto que perdón no es olvido ni negación, sino una revisión de la memoria abierta a la responsabilidad. Es necesario, es justo, que el victimario se asuma como tal y la víctima sea reconocida en su condición. Esto es especialmente importante en el caso del abuso sexual, en el que una de las estrategias más extendidas en la gran mayoría de los abusadores consiste en hacer creer a su víctima que es cómplice, no víctima. El abusador le hace pensar a la persona de quien abusa, mediante pactos de lealtad –ya sean familiares, espirituales e incluso económicos– que son cómplices. Esto impide a los perpetradores ser acusados o, incluso, descubiertos. Se crea una especie de pacto de silencio con su víctima y es justamente este esquema el que es imprescindible romper.

2 comentarios:

DasGretchen dijo...

¡TOTALMENTE DE ACUERDO!
No hay derecho a la manipulación mediática, pero tampoco hay derecho a pretender justificar una desviación del asunto escudándonos en una postura defensiva. Me parece infantil. Y me parece ofensivo.

Tú que entiendes mucho de leyes, dº canónico y todas estas cosas. Dime Marta, ¿puede haber un problema de organización dentro de la Iglesia? ¿No se diluyen ciertas responsabilidades con la que hay?

Marta Salazar dijo...

yo creo que las posturas defensivas generalmente no son buenas... menos aún, en este caso; yo creo que se le hace un mal a la Iglesia tratando de banalizar o de disminuir el tema.... Lo que pasó es un pecado y hay que combatirlo y ponerse del lado de las víctimas, como haría nSJC... esta última idea (¡Tras las huellas de Jesús, vamos a ponernos del lado de las víctimas!) es del obispo de Rottenburg-Stuttgart, Fürst. No no es príncipe, es su apellido, ja ja

no lo sé, el provincial de los jesuitas nos dijo (Abusos sexuales: el Provincial de los jesuitas llamó a no defenderse) que antes se pensaba que con pasar la información hacia arriba, te librabas de la responsabilidad (que fue lo que pasó) y hoy sabemos que esto es falso...

Yo creo que la mejor manera de servir a la Iglesia es aclarar, investigar lo que pasó sin ningún tapujo, barrera, sin fijarse en quien puede haber estado involucrado...

muchos saludos y muchas gracias!